España huele a Grecia, y Europa, Trump y los inversores lo saben

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Casi un refrán popular que podría funcionar a favor, pero que en la mayoría de las ocasiones rema en contra en cualquier situación. Algo que, por cierto, tiende a hacerse nefastamente viral en aquellas personas inyectadas de un narcisismo extremo. Pero es más, si un narcisista de cuna se siente avalado y aupado por otro que tiende al mesianismo más radical, tenemos como resultado un cóctel explosivo de caracteres que complica y cronifica cualquier realidad que gestionen uno junto al otro. Aunque sea una realidad paralela y solo la vean ellos.

Y en esas estaban en Grecia cuando les estalló de lleno la anterior crisis de 2008 -con la pareja política del momento: Tsipras y Varoufakis, presidente del Gobierno y ministro de Economía, respectivamente-, y en esas tiene toda la pinta que estamos ya en España, con nuestro particular tándem romántico de similar ideología -visto lo visto-, Sánchez-Iglesias gestionando una crisis sanitaria de inmensidad aún incalculable, con repercusión económica de idéntica e inimaginable magnitud aún. Ambos países, gobernados -en distintos momentos de la historia eso sí, pero vapuleados por las fatales consecuencias de una crisis global sin miramientos-, por un narcisista elevado a la máxima potencia y por un mesiánico que ha sabido epatar y oler la necesidad de aplauso continuo de aquel, aprovechando el caldo de cultivo creado por una sociedad -al menos gran parte de ella- abducida por el espectáculo, las redes sociales y los platós. Una venda en los ojos que les impide concentrarse en elaborar la respuesta adecuada para los problemas reales a los que se enfrentan. A todo esto, ¿hablábamos de los helenos o de los españoles? Tanto monta...

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